que reina en el bosque de mi alma.
Que cientos de ráfagas de viento
se lleven tus huellas de mi camino.
Que el silencio de mis calles
no sea esclavo de tus palabras.
Verdugas manos, que un día,
empaparon de mar la piel que me viste.
¡Cómo pude amar a un árbol vacío de hojas!.
Yo hilé soledades y me vestí de espinas,
creyéndome herida en la paz de tu corazón
y me hiciste sentir merecedora
de mis vestiduras,
de tus falsos sueños o de tus indestructibles alas.
Y allá, en los rincones del olvido,
en el navío de tu boca,
la muerte vagó a sus anchas
por túneles con rostros,
pensamientos y cadenas.
Y el recuerdo aún solloza confuso
estacionándose pálido en mi cabeza,
cumpliendo como un deber
de respirarse vida negra.
No quiero seguir pena, ni harapo,
ni esclava, ni golpe, ni morir.
No quiero seguir grieta, ni herida,
ni nudo, ni forma seca.
Quiero vivir vida propia,
mis silencios, mis palabras,
la savia de mi nombre
o donde duermen mis raíces.
Quiero levantar mi casa entre río y arboleda,
y así empezar a ser tierra libre
sin tirano, ni condena,
con la sencillez de lo puesto.
Renacer en el canto de la lluvia,
revivir las mañanas floridas.
Volver a ser de nuevo parida.
Volver a ser vida en mi vida.
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Que se apague ese incendio y el viento se lleva sus huellas...
ResponderEliminarHermoso el poema, lleno de esperanza para de nuevo ser engendrada y parida.
Feliz vieres Dunia.
Gracias, Carmen, por pasar por mi blog y dejar tus palabras en él.
EliminarSiempre serás bienvenida.
Todo un honor para mí.
Abrazos.
Sentida declaración de libertad en forma de un bellísimo poema. Me gustan tus versos.
ResponderEliminar¡Saludos!
Mi agradecimiento por sus palabras.
EliminarTodo un honor para mí.
Abrazos.
Me has hecho llorar..... no digo nada mas......
ResponderEliminarSin palabras, ante ese sentir al leer mis humildes letras.
EliminarSiempre gracias.
Abrazos.