de atrayente pasión
y embaucar a los plateados,
para hacer llamear corazones,
sin saber, oh pobres incautos!,
que no es más que orgullo lo que la mueve.
Y ciegos, antes sus letras,
entre la tinta y la destreza de su pluma
incita a desfallecer en gemidos,
con canto de hembra,
haciéndose imaginar desnuda,
mostrándose dueña de lechos de lujuria
creyéndose único beso en sus bocas.
Y en su arrogancia,
siempre hambrienta de propósitos,
se deja sentir rompiendo su piel,
o volando con agilidad de palabra,
conquistando con estilo propio,
a los que la exclaman por cien veces cien,
una sílaba de su engañosa letra.
Y en su colección de rostros,
descansan sus infiernos,
transitan los perdidos,
a los que ella llama logros.
Y se crece, y se hace dueña,
(y se hace húmeda)
pues hoy toca a los plateados,
blanco de sus halagos
y torpes de su destreza.
No siempre es así,
a veces se hace la causa de un verso,
otras, el eco de una voz que no es la suya,
seguidora de almas para ser seguida.
Siempre soberana, siempre maestra... nunca pupila.
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