en esa verdad del amor
la que se enciende con un beso,
la que no separa y apaga,
donde no hay orgullo ni dueño.
Esa verdad de gestos sencillos,
de corazón sin muros,
la de sin poderío,
la de te amé y te amo,
la bienamada.
Y yo que creí...
Fuiste mi amor
de esa eternidad certera,
donde amarte no era un sueño.
Donde el cielo era tus ojos
y el mar su reflejo.
Donde la luz, intransigente,
se tornó en noches
de dulce aroma
e ilusiones sin remedios.
Y yo que creí
en te amos temblorosos,
como estrellas a lo lejos,
cada vez que me perdía en ti
abrazada a tus silencios.
Levantándome a mí misma,
sintiéndome enorme
por dentro.
Pero sólo fui una pausa,
un fragmento, un cuerpo...
Un suceder oportuno
para calmar tormentos.
Falsamente destinada
a crecer en tus espinas.
Desterrada de tu alma...
Ceniza a la ceniza.
Y yo que creí
que tu infancia era mi infancia,
entre calles de naranjos
y esperas en las esquinas,
donde tu mano florecía mi mano
sin el roce de la desdicha,
sin palabras que envenenan
aquellas primaveras
que prometías infinitas.
Y yo que creí
en la voz de tus silencios.
En tus amaneceres al viento,
recostada entre tus brazos
como azules del océano.
Y ahora soy
una semilla en tierra árida.
Un amargo caminar
sacudida por la añoranza,
buscándome en la oscura soledad
para nacer o morir,
en esta noche de sombras,
donde rompen
en mis ojos, devorantes aguas rotas.
Y yo que creí
en la verdad de tus manos llenas,
del amar sin mentiras,
en el sosiego de lo cierto.
Y ahora soy
como ola desnuda al viento,
herida, derramando otoños,
sin fragancias de rosas rojas,
agrietando los recuerdos.
...y con negro pincel dibujo
el final de no creer estar viva,
en tu muerto sentimiento.
Foto extraída de Google |
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