donde, una vez, habitó la vida.
Donde la fragancia fresca
de un París de bocas y besos,
galoparon, sin rumbo,
en las estaciones color burdeos.
Vuelvo a mis calles
con la soledad enlazada
a un amor disperso,
ataviada de ese dolor
de llanto callado.
Intentando cerrarle
los ojos al alma
para que el peso,
en mi desolado pecho,
sea, cada minuto, un poco menos.
Llegó el tiempo de abrir la puerta,
para mover, una vez más, al destino.
Allá dejo las horas inquietas
donde la lluvia parecía brillar
sobre un mar encendido.
Ayer pletóricas primaveras de amor,
hoy emigran con alas de luto,
y tragando nudos de soledad
me propongo seguir existiendo.
Ahuyento, aun quebrada la voz,
el correr de tu río de espinas,
para que no entre amargo andante,
al abrir esa casa vacía.
Quiero entrar en ella
en ráfagas de viento fresco,
sin ese nunca terminar
habiendo acabado,
sin ese nuevo vacío; reino de pasajeros.
¡Recuerdos, te suplico olvido!
Foto extraída de Google |
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