Habéis hecho de él lo que es: ese es mi orgullo.
Gracias.
Para ustedes, con todo mi cariño.
Cuántas veces tocó mi alma
la mano con la que escribo,
desencadenando, unas veces, tinieblas
y otras, el canto de un amor errante.
Amé, a través de mis dedos,
en amargo papel con tempestuosas lágrimas.
Amé al doloroso amor
describiéndolo herido, sin miel, sin luna alegre.
Lloré con despedidas dibujadas a pincel,
pues los labios que debían hablar
marcharon silenciosos,
como boca de moribundo,
sin más despedida que el silencio
aunque su corazón cantara a otros labios,
sellándolos con dulces besos.
Y aún así, regresé a mí sin desandar el camino
pues aprendí que el polvoriento destino,
me enseñó a ser más fuerte golpeándome en las caídas,
y aunque con sangrante herida: amé.
Hoy puedo buscar en mi jardín de aromas
un corazón impregnado del viento del océano.
Una tierra de fértiles regresos a la alegría.
Un olor infinito a la esperanza.
Y así llegué a mí: Sin quererme me quise.
Me quise en los instantes más íntimos de soledad
donde volar y andar no era lo mismo.
Aprendí a volar con las alas del alma.
Aprendí a andar entre las piedras del corazón.
Y sigo aprendiendo...
Nunca nadie navegó sobre las mismas olas,
pero sí a manejar cada vez mejor... el timón.
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