La Luna en el cielo

Yo hubiera querido nacer
con un alma de traje duro
para cuando la venganza del hierro
cegase, sangrienta, los ojos que vieron,
no se oyeran mis trágicos gritos.

La Vida...

La Vida me hizo padecer
el pan triste de la Guerra,
quebró la voz a mi palabra,
cayendo mi infancia desplomada
y así... comenzó a latirme amargo el corazón.

A veces, el caer de la lluvia,
me sonaba a esperanza
pero las calles con sus silencios
me hicieron vivir contando muertos,
y yo, pobre niño sin destino,
clavé en mis carnes a los perdidos.

Y allá en lo alto,
la Luna seguía redonda,
mientras la desdicha pegaba fuerte
y mis ventanas se fueron cerrando,
sin antes reclamar el dolor
de la sangre vertida,
sin dejar de llorarle a la Vida,
sin dejar de rogarle a la Muerte.

Y en esa ausencia,
donde conté amaneceres por miles,
fui escribiendo en mi memoria
nombres que sujetaron fusiles:
Rafael Hernández, Pedro Viera,
Emilio Rodríguez,  Nicolás Tejera,
Andrés Betancor, Juan Morales...
Y así... los hice vivos en mí,
compañeros de mi razón
para seguir sobreviviendo.

Pero la Guerra no se cansa
y le gusta cumplir, y no en vano sangra...
Toma de los cuerpos su sustancia,
donde morir es nacer
en un pozo de inmundicia olvidada,
y mientras tenga dedos que extraigan
fuego, que a la riqueza abraza,
persiste sabiéndolo todo,
sin saber nada.

Y allá en lo alto...
hoy, de nuevo, aparece igual de redonda...
la Luna en el cielo.


En honor a todos aquellos...
En honor a todos aquellos que escribió en su memoria.
En honor a mi abuelo Emilio.



Foto extraída de Google

Me sostengo

Me sostengo
para levantarme a misma.
Le ruego a la vida,
entre este cielo y tierra,
que derrame sobre mí
palabras de dichas,
para que no me duerma
en esta fatiga que supone sostenerme.

Sucede que morí tantas veces
que mi vivir no era más que
como un andar sin caminos,
y vestida de hojas amarillas
sangraron mis ojos,
y con el sin sonreír de mi mandíbula
pues hay esperanzas que desesperan,
aprendí de a palos.

No recuerdo recibir
que ningunas de mis heridas
fueran tapadas de bondad,
de esa que te cura el alma
aunque el cuerpo duela.
Y así... endurecí con el tiempo.
Abrí silencios
para esconder mi pobre verdad.

Y me sostengo...

Mis palabras fueron cortadas
pero no mi pensamiento
pues volvió a suceder
que, aunque callada,
moribunda en esa esclavitud
donde el sudor es como fruta podrida,
donde aprender a vivir
es aprender a morir,
fui asumiendo de a poco
esta pesada carga.

Y me sostengo...
aun rogándole a la vida
palabras de dicha.

Y me sostengo,
no para llegar la primera,
sino para aún fatigada,
pobre, callada, rota, apaleada... llegar.




Foto extraída de Google